[Columna] Solo un juego
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¿Cómo decir la verdad y toda la verdad y preservar después de eso el cariño, ser aún después de eso deseable? Vértigo prueba semana a semana de que hay para eso una fórmula. Algunos se pelean con la verdad, otros piden disculpas, otros sonríen, otros lloran, otros se mantienen impasibles.
Por Rafael Gumucio
Si tuviera que resumir qué pienso o siento, que me asalta con más fuerza, que me desvela con más placer y horror tendría que usar la palabra vértigo. Creo que no estaría solo. Creo que no hay casi nadie que pueda hoy en Chile pasar por alto esa sensación de que caminamos sobre un abismo del que desconocemos la altura exacta pero sobre el que no nos queda otra que andar y seguir andando. Los que ven con optimismo la súbita sed de sinceridad que invade el país, los que son víctimas de esa sinceridad, solo pueden reunirse en ese sentimiento. El vértigo de estar en permanente desafío, de jugarse la vida, de enfrentarse con el muro de la verdad para terminar al final en la furia del carnaval que Yerko encarna hasta toda suerte de delirio.
Así estamos, frente a frente, viejos, jóvenes, diputados, bufones, ex estrellas, gente que no tiene nada que perder, y gente que necesita ganar todo. La diversidad del plato es algo que en veinte años más nos resultará asombroso. O quizás explique tanto como el nombre del programa el espíritu de la época. Hubo una época donde una serie dispar de personajes completamente disímil trataron de ser creíbles sin dejar de ser queribles. Ese fue el centro de la perplejidad misma de la elite, de la presidenta, su oposición, de los intelectuales y los famosos de la farándula. ¿Cómo decir la verdad y toda la verdad y preservar después de eso el cariño, ser aún después de eso deseable?
Vértigo prueba semana a semana de que hay para eso una fórmula. Algunos se pelean con la verdad, otros piden disculpas, otros sonríen, otros lloran, otros se mantienen impasibles. Todos soportan, todos aguantan. Se les agradece, se les pide un coraje del que no sabemos si somos capaces. Yerko corona ese ejercicio de desacralización prometiendo que todo va a reventar, recordando que esto que semana a semana se repite es un escape imposible, un quiebre sin retorno con una época de orden, de paz, de pudor que resulta imposible de imaginar.
“¿Lo digo o no lo digo?” Pregunta sabiendo que nadie puede decirle que no lo diga. “Y va a quedar la cagada” promete. Y queda y no queda del todo. Pero necesita, para que el milagro sea posible, creer que este es siempre el último programa, que esto que se hace a pleno público, se está haciendo en alguna clandestinidad imposible. Que esto es la enorme fiesta inmodesta de la que no nos importa demasiado con qué cara, ni con que ropa vamos a despertar. No sabemos, no podemos saberlo, mientras tanto algunas verdades amargas o no, algunas risas, algunas lágrimas y el consuelo al final que aunque el juego se haga verdadero, sigue siendo ante y sobre todo al final un juego.